El hecho de lo militar como concepto de defensa de la paz, el “si vis pacem para bellum” (si deseas la paz prepárate para la guerra) que explicitara en su obra “Epitoma rei militaris” el escritor Flavio Vegecio hacia el año 380 d.C., en fecha próxima a la división en dos del imperio romano, sigue siendo tan vigente como discutido.

Todos los países tienen prevista su defensa exterior de uno u otro modo. La gran mayoría dispone de ejércitos entrenados para combatir y solo algunos, muy pocos y de pequeña dimensión, se lo plantean de modo diferente: unos tienen confiada esta misión a otras potencias -caso de Andorra que tiene acuerdos con Francia y España-, otros disponen solo de fuerzas policiales aunque con capacidad para transformarse en Fuerzas Armadas -caso de Costa Rica-, o forman parte de unos acuerdos internacionales en los que confían -como el llamado Sistema de Seguridad Regional del Caribe en el que se alinean, entre otros, países como Antigua y Barbuda o Bahamas-. Lo relevante es que todos, de una u otra forma, tienen prevista su defensa en caso necesario. Por lo tanto, podemos afirmar que todos consideran que desear la paz no implica no tener previsto qué hacer en caso de que ésta se vea amenazada y que para garantizarla deben disponer de algún medio coercitivo, propio o ajeno, que la pueda imponer en caso necesario.

Por lo tanto, el hecho militar, entendido como la existencia de fuerzas armadas, está siempre presente en la sociedad. Todos los estados, todos sin excepción aunque nunca falte quien niegue esta evidencia, lo consideran así y todos no pueden estar equivocados; la supresión de los ejércitos y la desaparición de las guerras es una utopía hoy por hoy inalcanzable. Recordemos, como ya hemos hecho en anteriores entradas de este blog, que en este nuestro mundo del siglo XXI nunca hay menos de veinte conflictos armados vivos en todo momento, de mayor o menor intensidad, aunque muchos pasen desapercibidos por falta de cobertura mediática. Y si cierto es que hay credos políticos, como el pacifismo, que claman por la supresión de cualquier fuerza armada, tambien es tangible que los países en los que se inspiran y por los que suspiran quienes defienden ese tipo de ideologías, son aquellos que luego acaban por dedicar más medios a potenciar sus capacidades bélicas; y no es necesario poner ejemplos porque en la mente todos están.

Sin embargo el militarismo está definido como una ideología que opta por la preponderancia del poder militar sobre el civil y eso es algo con lo que ninguna persona racional puede estar de acuerdo. No encontramos otra acepción en el diccionario de la RAE y, por lo tanto, solo puede considerarse como un concepto nocivo y negativo. En concordancia con lo anterior, antimilitarismo es la doctrina opuesta y tampoco es definida más que como la ideología que se opone a la forma de estado en la que el poder esté detentado por una cúpula militar y esa idea sí debería ser compartida por todos. No existe en nuestro idioma, por tanto, un vocablo aceptablemente válido o positivo para lo que hemos denominado como el hecho militar

De todo lo anterior cabe, pues, deducir que ni siquiera los militares debieran ser militaristas y que, por lo tanto, al no existir un vocablo positivo al respecto solo podemos otorgarle a tal fin una acepción que bien podría ser “lo militar” o “el hecho militar”. Del mismo modo podremos concluir que todos deberíamos considerarnos antimilitaristas, en el sentido amplio de la palabra, una idea diferente que no podría ser confundida con el concepto que hemos definido como “lo antimilitar”.

Tampoco el concepto “antimilitarismo” debería confundirse con el de “pacifismo” puesto que este último va más allá y parece corresponder en mayor medida con el de “antimilitar” puesto que niega legitimidad alguna a la existencia de cualquier tipo de armas y ejércitos excepto, como ya hemos significado, cuando estas fuerzas forman parte de los estados que comparten su ideología. Cabría también preguntar a los pacifistas si esa renuncia al uso de armamento y al empleo de la llamada “fuerza legítima” por parte de los estados incluye a las fuerzas policiales cuando intentan impedir atracos o cuando deben capturar terroristas armados hasta los dientes.

La conclusión a la que queremos llegar es que cualquier miembro de los ejércitos puede sentirse militar o afecto al “hecho militar” y a la vez considerarse antimilitarista o contrario al militarismo sin el menor rubor, al igual que debe declararse amante y defensor de la paz y sin embargo tenerse por contrario al pacifismo por entender que este es un concepto absolutamente engañoso.

Aunque los hechos que mencionaremos a continuación acontecieron hace ya algunos meses, los citaremos por su estrecha relación con lo aquí expuesto, hechos que fueron protagonizados por dos personajes singulares, reconocidos populistas de izquierda y ambos situados en la órbita de Podemos:
Uno de ellos es el conocido alcalde de Zaragoza, Pedro Santiesteve, quien en un acto que tuvo lugar en el Ayuntamiento de la ciudad con motivo del 90 aniversario del traslado de la Academia General Militar desde Toledo a Zaragoza, no tuvo el menor reparo en ser intencionadamente muy desconsiderado con el general director del citado centro -Cierto que habría que empezar por preguntarse a quién se le ocurrió la peregrina idea de meter al militar en la boca del lobo, que suponemos no sería él mismo, conociendo las tendencias extremistas del edil que, por ejemplo, tiene por costumbre no acudir a ningún evento militar al que se le invite-. Ante la posible confusión de los términos antedichos, el alcalde no pudo tener otra idea mejor que indicar al director de la Academia que no debía educar a los alumnos como “militaristas”. Ya hemos indicado nuestra oposición a este término, pero del mismo modo que al general nunca se le hubiera ocurrido indicarle al político cómo debe administrar la ciudad, la sugerencia de este último no puede entenderse más que como una provocación, si es que no era una acusación en toda regla. Y para rematar la faena no tuvo mejor idea que aprovechar la ocasión y, ya que el Ebro pasa por Zaragoza, sin venir a cuento, poner en entredicho y sin demasiada sutileza, la honradez, la transparencia y la lucha contra la violencia de género en las FAS, para terminar añadiendo que la existencia de cuarteles en la ciudad suponía una amenaza y un peligro para la población y que trabajaría para que dejaran de estar presentes. Todo un crack de alcalde y un dechado de mala educación.
Lo peor es que en casos como este nadie le dé la respuesta merecida.
El segundo personaje no es otro que el ex Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) General del Aire (o general de cuatro estrellas en terminología OTAN) retirado, Julio Rodríguez, más conocido como “Julito el rojo” dentro de la Fuerzas Aéreas, el mismo que no tuvo reparos en dejar escapar piratas secuestradores de barcos españoles en aguas somalíes y despues como miembro de Podemos eterno y fracasado aspirante a obtener un cargo público, siendo designado -no sé si intencionadamente- al menos hasta ahora, en lugares con pocas expectativas de éxito. El mismo Rodríguez que se permitió calificar, no a un partido -lo que podría, aunque mal, entenderse- sino a sus votantes, como personas carentes de dignidad por elegir a esa formación política. Este personaje de aspecto siniestro, tal vez para justificarse ante los miembros de su mismo partido en Almería, donde el supremo líder le había colocado como aspirante a un escaño en el Congreso de los Diputados -miembros que le rechazaban tanto por la imposición como por el hecho de haber sido militar- o quizá para reivindicarse como podemita pata negra, no tuvo mejor ocurrencia que declararse antimilitarista y pacifista aunque nunca sabremos si es capaz o no distinguir entre ambos términos que, como ya hemos aclarado, no tienen el mismo significado. Y para arreglarlo terminó diciendo que, en realidad, odia la guerra, como si en este país hubiese alguna institución, ejércitos incluidos, que no abominase de ella. Todo un ejemplo para las generaciones venideras. Generaciones de podemitas, se entiende.

Ni militaristas ni antimilitaristas, ni belicistas ni antibelicistas, de ningún modo pacifistas. Sin “ismos” y sin “istas”, los y las soldados son ciudadanas y ciudadanos, militares, personas de honor que consagran su vida a esa “religión de hombres honrados” que es la milicia como la denominó Calderón de la Barca, soldados que dedican su vida a la patria y a la defensa de la paz, las libertades, los derechos y la seguridad de sus compatriotas.

Una figura, ésta sí con verdadera talla intelectual como Francisco Villamartín (1.833-1.872) escribió: “Desgraciado aquel país que hace odiosa la carrera de las armas…Aquel que con su menosprecio mata el honor militar y ahoga las nobles ambiciones”.