En un vídeo que se hizo viral  en 2.017, el entonces podemita Íñigo Errejón, afirmaba que “cuando se acaben los gobiernos del cambio es necesaria esa administración paralela en la que colocar a los afines (…) [para] crear una estructura económica autónoma capaz de acoger a los cuadros militantes, ahora dedicados a trabajos institucionales (…) el drama que estamos sufriendo en Argentina es que al perder el gobierno Kirchner no hay estructura para sostener tanta militancia (…) y [En España] el asalto a los Ayuntamientos se hizo con un tejido asociativo muy débil (…) hay que fortalecer esas estructuras y desarrollar la fuerza discursiva, la mística (…) Cuando se pierdan las elecciones deben existir asociaciones [como] clubes de montaña, agrupaciones juveniles, espacios culturales, casetas de fiestas, asociaciones deportivas, grupos de música…”

El niño de la beca, ahora líder de Más Madrid, no hacía sino lamentar que tal vez ellos no hubieran sabido en su momento dejar los gobiernos municipales -que, como era previsible y tras su pésima gestión fueron perdiendo en su mayoría-, infestados de topos infiltrados para ir minando a sus sustitutos, para poder volver a coger las riendas algún día y para que, de paso, tantos ineptos pudieran seguir cobrando del erario público.

Un  procedimiento habitual, común a todos los partidos, es el de hacer tabla rasa cuando alcanzan el gobierno, expulsar a todos los cargos anteriores y colocar a los suyos. Más laxa en ese sentido es la derecha, quizá por aquello del clásico pudor acomplejado y del qué dirán; pero en cambio, la izquierda actúa sin contemplaciones. Experiencia para ello le sobra al PSOE después de tantos años de ejercicio político. La filosofía de las izquierdas es tajante en eliminar todo aquello que pueda entorpecer su mandato para, sin dudar, apartar de su camino no solo a cargos políticos, sino también a algunos funcionarios que, piensen lo que piensen, están en su puesto solo por razones laborales, los empleados públicos que deben actuar profesionalmente y al margen de cualquier condicionante ideológico. Pero la izquierda, y no digamos el sanchismo, también quiere manejarlos a su antojo anteponiendo sus intereses políticos a la legalidad y a la eficiencia.

Un periódico digital de reconocida adscripción izquierdista -que con toda legitimidad defiende las ideas que mejor le parecen-, publicó el pasado día tres de abril un articulo de opinión firmado por un comentarista, cuyo nombre y el del diario no citaré para no darles siquiera la mínima publicidad que este blog les pudiera proporcionar. Que este señor sea catedrático de Derecho Constitucional en una Universidad española, es una muestra del daño que el extremismo ideológico instalado en cierto sector del profesorado universitario puede hacer a la sociedad española.

Según este señor Catedrático, el error de Grande-Marlaska fue  no haber purgado al Coronel de la Guardia Civil, Pérez de los Cobos, en cuanto él fue nombrado ministro, porque así se hubiera evitado ahora la polémica.

Que Pérez de los Cobos fuera designado para el puesto que ocupaba durante el gobierno de Rajoy cuando Fernández Díaz  era Ministro del Interior, y reconociendo que no tiene la menor idea de si ha estado implicado o no en casos como “kitchen”, “fondos reservados” o una tan supuesta como inexistente “policía patriótica”, todo siempre según la opinión del citado escribidor, el mero hecho de haber sido destinado en el momento en que se produjo una vacante -tal vez debieran andarse con ojo los cientos de funcionarios que por aquellas fechas obtuvieron su destino- tenía que haber sido suficiente para laminarlo. No le inquieta lo más mínimo a tan dilecto catedrático que Marlaska pueda haber infringido flagrantemente -y no tan presuntamente- la ley; no, porque para el opinante, al igual que para muchos de su género, Errejón incluido, lo único importante parece ser el tener siempre bien colocados a los tuyos, y fuera a quienes no parezcan dispuestos a comulgar con ruedas de molino.

Es como si Marlaska, el ex Grande juez, hubiera actuado bien y eficazmente cuando, nada más llegar al ministerio, fulminó al Coronel de la benemérita Sánchez Corbí por haberse quejado de carecer de fondos para investigar la corrupción, cuando echó al responsable de riesgos laborales del Cuerpo Nacional de Policía por advertir sobre el peligro que se avecinaba con el Covid y, por supuesto, cuando destituyó al anterior director general de la Guardia Civil, todos con carácter preventivo, antes de que pudieran contrariarle en algo.

Y claro, al gran catedrático le parece inadmisible que a todo un ministro de la órbita sanchista se le escapase cesar a un oficial de la Guardia Civil dispuesto a cumplir siempre con su deber y la legalidad sin la menor duda. Le resulta intolerable que un hombre de honor haya llegado a poner a todo un miembro del gobierno más incompetente y mentiroso de la democracia, en el atolladero de que un juez afee y desautorice a tan Grande ministro por el hecho de que haya querido ponerse por encima de la ley.

Parece que a Marlaska le hubiera venido bien asistir a algunas de las clases del catedrático y articulista. Como dijo aquel referente de la izquierda con que iniciábamos este artículo: hay que colocar a los afines para crear una estructura…, etcétera, etcétera. De eso se trata, dicen, de colocar a los nuestros y a quienes tengan tragaderas suficientes para seguirnos.

Sí, la limpieza y la depuración del disidente se antoja imprescindible para estos preclaros ejemplares.