Este gobierno nuestro, el que más se jacta de perseguir delitos de incitación al odio, es el que mayor rencor destila contra quienes no le bailan el agua. Es un gobierno inepto para la gestión con tan pocas ideas positivas que ofrecer a la ciudadanía, que solo domina las artes de la autopropaganda y la oposición a la oposición.

El verdadero juego político democrático consiste en confrontar diferentes modos de gobernar y en presentar propuestas legislativas y administrativas a ser posible más eficientes que las de los oponentes. En definitiva, contraponer noble y lealmente programas de gobierno que puedan convencer a la población para alcanzar la necesaria alternancia en el poder. Pero es patente que la izquierda actual, toda la izquierda española de hoy, solo busca destruir a todas las fuerzas a su derecha y, valiéndose de cualquier procedimiento, intentar aniquilarles para instalarse en el gobierno de forma indefinida: las pretensiones de cualquier movimiento totalitario, así de simple.

El reciente episodio de la denuncia falsa de un ataque homófobo en Madrid, aprovechado desde el poder para acusar, directamente, a un partido de ser quien alienta ese tipo de delitos y  un ministro del interior que ignoró deliberadamente los informes policiales que le advertían de esa posible falsedad, es la clara muestra de lo que los odiadores profesionales pueden dar de sí, además del daño que se ha producido a la propias personas LGTBI.

Los delitos de odio que más han crecido el presente año en España son los que afectan a gitanos, discapacitados y enfermos, pero como no encajan en los parámetros de la progresía, consideran mejor no prestarles tanta atención. Nada de lo anterior resta negativa importancia a los atroces delitos homófobos, pero también conviene hacer constar datos como, por ejemplo, el de que en España el número de delitos de violencia machista es inferior al que sufren en Suecia, y también que a pesar del aumento de la delincuencia, España sigue siendo uno de los países más seguros, o menos inseguros, del mundo. ¿Qué es lo que ocurre entonces?

En el mismo país en que se quiere despenalizar el insulto al Rey, en la misma nación en la que desear la muerte de un guardia civil y tantas barbaridades similares están protegidas por la libertad de expresión, el estado en donde se produjo el ataque a unas chicas (sí, féminas) por mostrar banderas de España con ocasión de un mundial de futbol y a nadie le importó un bledo, el lugar en donde ha pasado casi desapercibido que a un diputado de Vox le pongan un muñeco ahorcado en la puerta de su casa, el lugar en donde se permiten homenajes a etarras asesinos confesos, el mismo país en donde crece toda clase de violencia y se producen agresiones contra todo tipo de personas (sin que sea óbice para que siga siendo uno de los más seguros), el país donde los diputados del PP vascos y catalanes viven sufriendo amenazas, el único país en donde los hijos no siempre pueden estudiar en su lengua materna, en ese país, Sánchez y otros de su condición, solo parecen preocuparse por los delitos contra la ideología de género y los -por supuesto muy respetables- derechos de la comunidad LGTBI, olvidando en gran manera los demás por prejuicios ideológicos, y vertiendo acusaciones sin pruebas contra sus rivales. En ese país que yo no me he inventado, algo está fallando y da pánico imaginar las causas. Es el país en el que su ministro del interior es capaz de dar interesadas informaciones falsas y volver a mentir miserablemente al decir que la policía -indignados los tiene- no le había informado.

En su huida hacia delante, Sánchez y sus marlasquitos varios llaman, sin rubor, fascista a toda la oposición de Vox y PP, e incluso a Ciudadanos cuando les cuadra, a partidos cuyos miembros sufren muchas más agresiones que los de izquierdas. Pero Vox se ha convertido en su objetivo preferente y por eso le utilizan como diana cuando les parece oportuno, que suele ser siempre. Con Vox se puede estar de acuerdo o no, sus ideas nos pueden gustar más o menos, pero tienen el mismo derecho, yo diría que más, a manifestar su opinión, que quienes decían “arderéis como en el 36” o "la única iglesia que ilumina es la que arde" y más derecho también que el obtuso Pablo Iglesias cuando afirmó que le emocionaba ver apalear a un policía, cuando defendía al rapero Pablo Hasel, o al  infecto Bódalo que golpeó a una mujer (sí, mujer) embarazada sin que una sola organización feminista lo lamentara tan siquiera, o al ex vicepandemias que admiraba al Alfon que llevaba explosivos a las manifestaciones. Vox es el partido que ha sufrido más agresiones, escraches y boicots. Pero Vox, que con sus sombras y sus luces está del lado de la Constitución, les parece a sanchistas, podemitas y separatistas, el enemigo perfecto en quien depositar todas sus iras y desahogar sus frustraciones. Y como corolario, también van a por Ayuso y el PP. Y, claro, la izquierda radical, los delincuentes golpistas separatistas y los herederos de ETA, les parecen muy democráticos. Todo sirve con tal de evitar que se hable de sus fracasos judiciales y del recibo de la luz.

Se fue Iván Redondo pero todo ha ido a peor si cabe. Las maneras de ese Sánchez que desprecia a la oposición y nunca se le pone al teléfono para luego decir que los otros no colaboran y crispan porque no tienen sentido de estado, las formas de un Sánchez que, dicen algunos, puede aun remontar antes de las próximas elecciones, pero al que las sucesivas encuestas siguen dando cada vez peores vaticinios, son los mismos modales de antes. Sánchez no parece consciente, y si lo es le da igual, de que puede conducir a su partido casi a la irrelevancia, a la misma intrascendencia -denle tiempo- a que han llegado en Europa otros partidos socialistas que abandonaron su ortodoxia.

Este es el gobierno que se inviste de halo progresista y buenista, pero al que se le van empezando a acumular los reveses judiciales por haber intentado, y en muchos casos logrado, gobernar a golpe de decretos sin control parlamentario a sabiendas de que sus excesos en cuanto a estados de alarma y delegación de competencias en las Comunidades Autónomas sin proporcionarles el debido respaldo jurídico, podía pasarle factura; pero sabían que eso sería más tarde y quizá confiaban en que para entonces pudieran tener ya controlada la judicatura. Sabía Sánchez que las bofetadas podían llegar y, por eso, tras asegurarse el dominio del ejecutivo y el legislativo hizo, y sigue haciendo, esfuerzos denodados para controlar un poder judicial que, por ahora, parece resistírsele, ante lo que se permite el insolente lujo de criticar sus decisiones y hasta decir que impartir justicia es venganza.

Esto y mucho más es lo que supone el sanchismo para los españoles, animadversión a sus rivales políticos e intentos groseros de imponer su rodillo, destruir a sus oponentes para instalarse permanentemente en el poder. Eso se llama dictadura y eso es lo que parecen buscar pero, aunque entre los españoles también hay de todo, todos unidos lo vamos a impedir, ya lo verán.