El gobierno sanchista, ese que empezó despreciando la socialdemocracia, ha entrado en una fase que más parece un estado de descomposición porque ya casi nada les sale bien. Sobre todo desde que empezaron a aplicar las acostumbradas marrullerías propias de su deporte favorito, las tretas de ganar gobiernos que no obtienen en las urnas con trucos y mociones de censura. Tras el último fracaso de esta serie, la fallida moción en Murcia, aquella que acabó acarreando la avasalladora derrota de Madrid a manos de una fortalecida Ayuso, desde entonces, diríase que las lanzas se les han vuelto cañas.

Todas las encuestas, incluidas las de los medios afines, han empezado a pronosticarles malos resultados, tanto que ya ni el amigo Tezanos se atreve a mostrar ninguna.  La única buena noticia parece ser la de que están al caer 9.000 millones de euros procedentes de Europa gracias a que la señora Calviño ha conseguido imponer sus criterios a sus colegas podemitas de gobierno y porque, de aplicarse otras pautas, seguramente no nos hubiera llegado un solo duro.

Con la clara intención de mostrar otra cara más convincente ante los suyos -por supuesto tratando de engañarles a ellos y a todos, como es habitual-, Pedro Sánchez se montó una crisis de gobierno, mediante la que echó a los ministros más abrasados aunque dejándose a muchos -casi todos- también quemados, en el tintero. Por supuesto que, a nosotros, los despidos de los cesados nos satisficieron, pero tampoco parece que todas las nuevas designaciones sean muy acertadas, y tampoco el sistema empleado para desacerse de los anteriores es un ejemplo de como debe ejercerse la lealtad para con los amigos. Los cesados no solo lo supieron en el último momento sino que Sánchez no ha tenido el menor reparo en masacrar a quienes le fueron más fieles, a los que más se mancharon las manos y las togas para ayudarle, incluso a los que se hubieran tirado a un barranco por él. Lo hecho demuestra que Pedro Sánchez solo tiene un amigo, y ese camarada se apellida Sánchez Pérez-Castejón, Pedro el cruel para muchos.

Pero cuando él creía que podía hacer creer sus milongas a la ciudadanía, hacerles pensar que había abierto una puerta a la esperanza, conducirles a entender que todo iba a cambiar o a confiar en que la economía se podía a recuperar con las ayudas europeas, cuando empezaba a pensar en degustar su pretendido éxito, surgió la peor crisis del castrismo en Cuba desde que Fidel Castro bajara de Sierra Maestra y el foco de atención de la opinión pública cambió, dejándo sus vergüenzas al descubierto.

Señor Sánchez: ya está bien de retorcer los argumentos. Condenar o no abiertamente y con firmeza lo que está ocurriendo en Cuba, no tiene nada que ver con la diplomacia; no se están tratando asuntos bilaterales, no hablamos de relaciones comerciales, culturales o deportivas. Ciertamente la "realpolitik" obliga a hacer uso de la habilidad política y diplomática; en el mundo hay muchas dictaduras con las que no nos queda otro remedio que establecer relaciones, claro que sí. Pero cuando en cualquiera de ellas se conculcan tan abiertamente los derechos humanos también hay que ser firmes y revelarlo. Cuba es un país que está muy cerca del corazón de los españoles, y cuando en Cuba se está masacrando al pueblo no se puede ir evitando llamarles dictadura, no se puede obviar la firmeza y hay que denunciarlo abiertamente. Y, desde luego, no se puede callar para no disgustar a un pútrido partido socio de gobierno, cuando ese socio es un elemento tan pernicioso que considera que el castrismo sigue siendo una democracia a pesar de todo. No, no todo vale con el único objeto de mantener el sillón presidencial.

En efecto, por muchos cambios de gobierno que Sánchez haga, seguimos y seguiremos metidos en el mismo pozo con podemias, proetarras e independentistas condenados. Y qué decir del reciente varapalo que el gobierno ha recibido del Tribunal Constitucional, que ha fallado que el confinamiento decretado durante el primer estado de alarma contraviene la propia Constitución, estacazo que es un serio contratiempo para el gobierno y el probable preludio de otras sentencias que irán echando por tierra tantas controvertidas decisiones como la barbaridad del último estado de alarma de seis meses. La visceral reacción del gobierno, incluidas las destempladas opiniones de ministros y ministras que además fueron jueces, descalificando irritadamente al TC, llegando incluso a sugerir, cuando no afirmar, que los jueces son simpatizantes de un determinado partido, es la enésima y definitiva prueba de que el sanchismo, todo el sanchismo, tiene alma totalitaria y que todos los que se han subido a ese barco navegan por las mismas aguas en descomposición intelectual. Hasta Margarita Robles -qué engañados tenía a muchos y muchas- y Mister PESC, el señor Borrell -otro que tal- se han quitado la careta. Todo muy nauseabundo.

Pero, como antes decíamos, también es la demostración de que ven el partido perdido y la mala leche les hace repartir muchas patadas producto de la desesperación. Habrá que sacarles tarjeta roja. Y cuanto antes.