Malas noticias deben darle a Pedro Sánchez sus sondeos internos, seguramente parecidos a lo que dijo la encuesta de El Mundo que reveló que cerca de dos millones de votantes del PSOE se arrepienten de haber confiado en ellos por el desencanto que les producen, sobre todo, la prevista ley de Amnistía y tantos dislates presentes y futuros con el independentismo y los herederos del terrorismo, tanto como para que el presidente se haya decidido a dar varias entrevistas, con incienso y masaje incluidos, en tan poco tiempo.

¿Dar incómodas ruedas de prensa donde malvados periodistas independientes hacen preguntas impertinentes? Ca, mejor hacer “Aló-presidentes” para así educar a la plebe como debe ser.

La presentación de su segundo libro autobiográfico y autocomplaciente que, tal como su famosa tesis, no escribió él -cuanto servilismo de doña Irene Lozano que le hizo el trabajo y qué decepción de señora- fue, como de costumbre, un espectáculo sonrojante: una entrevista claramente  guionizada a priori y conducida principalmente por su amigo y progre admirador, el comunicador más famoso de la telebasura patria. Todo más propio de un programa tipo Gran Hermano a base de chascarrillos y gracietas, con risitas y hasta con carcajadas, las mismas que a Sánchez le cabe el dudoso honor de haber incorporado al lenguaje político y parlamentario, al suyo; con un elevado número de ministros presentes, miembros del coro adulador, pelotas aplaudiendo con la babeante lisonja habitual para que les viera el jefe, y todos tomándose a chanza la lamentable situación que han creado. ¿Todo con la vana ilusión de bajar el suflé? Pues parece que no les ha servido de mucho, solo han vuelto a hacer el ridículo y, una vez más, a costa del erario público.

Ese es el nivel: Pedro Sánchez y Jorge Javier, Jorge Javier y Pedro Sánchez, tanto monta monta tanto.