En el cuento de Hans Christian Andersen, cuando la gente se dió cuenta del engaño y advirtió que el rey no llevaba ropa, ya se había evidenciado que todos eran corruptos.

Algo parecido les ha ocurrido a todos los barones, baronesas y cargos socialistas, lacayos que durante tanto tiempo han rendido servil lealtad perruna a un secretario general capaz de imponerles su autócrata mandato. Siempre aplaudieron a rabiar como siervos norcoreanos a un líder con pies de barro, un mal actor y un ventajista capaz de hablar durante horas para sus adeptos o amparado por la tribuna, sin decir nada, o cubiertas sus espaldas por sumisos presidentes de las cámaras, pero que cuando se tiene que enfrentar cara a cara con un rival de fuste se desmorona cual castillo de naipes.

Feijóo, un tayudito metido en años, hizo el papel del niño inocente que avisa y advierte de que el rey está desnudo.

Ese es el presidente que aun hoy  tenemos, el tramposo que empezó escondiendo su propia urna tras unas cortinas en un comité federal, el que firmó una tesis falsa, el que llegó a través de una moción de censura tramposa gracias a aquella frasecita escrita en una sentencia por un juez tan artero como él, frase corregida por el Tribunal Constitucional cuando ya el mal estaba hecho.

Resulta insólito que, tras el debate del lunes 10 de julio, todo el partido alardeara de que Sánchez había ganado, para horas después buscar excusas para la derrota alegando que Feijóo lo había endurecido demasiado, que había embarrado el terreno de juego y utilizado la mentira (la cosa tiene gracia estando Sánchez enfrente) y que no había hecho ninguna propuesta.

Cierto que casi no hubo propuestas, pero por parte de ninguno de los dos, aunque tampoco es habitual que en estos enfrentamientos se expongan proyectos. Se trata de ver quien inspira mayor confianza y es más creíble, no hay tiempo para presentar largos programas de gobierno, los debates no están concebidos para ello y los contendientes se tienen que atener a un rígido molde creado por sus propios equipos, pero, en todo caso, es algo que las continuas interrupciones de Sánchez hubieran impedido. Ni en sus mejores sueños esperarían que Feijóo, en tan escaso tiempo, se entretuviese hablando de sus planes futuros  y no afease a Sánchez sus muchas tropelías cometidas a lo largo de los últimos cinco años. Ya les gustaría.

Perdón, pero no puedo evitar decirlo: ¡Que te vote Txapote!