Pedro Sánchez ha conseguido que yo descubra qué es lo que me mueve cuando tantas veces le pongo a bajar de un burro en mis humildes artículos. No sabía que debo pertenecer a alguno de los “poderes ocultos, intereses poderosos que añoran un viejo orden”. Lo que tampoco sabía es que también tuviera algo que ver con “los poderes económicos del viejo orden que quieren socavar el estado de bienestar”, y no acabo de entender por qué, siendo así, mi cuenta corriente sigue estando tan exigua. Lanzo desde aquí un llamamiento a los que manejan los hilos de tan malvados poderes a que me paguen, si no todo, algo de lo que me deben por haber colaborado con mi modesta contribución a intentar erradicar el sanchismo.

Pedro Sánchez parece tener claro que va a perder las elecciones y trata desesperadamente de, al menos, minimizar daños. Si en las municipales y autonómicas quiso ser el máximo protagonista de su partido con el nefasto resultado para sus intereses que conocemos, ahora quiere repetir la hazaña y ha vuelto a ponerse en solitario al frente de las huestes, en la contumaz y narcisista creencia de que él es el talismán que les puede dar la victoria; de nuevo el mismo error. Sus entrevistas a ministros del gobierno nos recuerdan aquel célebre “Aló presidente” de Hugo Chávez por mucho que se moleste cuando le hacen la comparación. Y durante sus pródigas apariciones en diferentes medios, incluidos los que antes despreció, no hace sino demostrar que es un mentiroso profesional compulsivo. Solo pretende, solo podría justificarse y solo se dirige a aquellos que habiéndole votado antes, ahora dudan si hacerlo: “fijaos en que en realidad soy un gran tipo objeto de una campaña de desprestigio orquestada por los fascistas de la derecha, tranquilizad vuestras conciencias si me volvéis a votar”. El resto, la mayoría de los españoles, ya no puede creerle, ya no le soportamos un minuto más.

Espero no errar al decir: Pedro, cierra la puerta al salir.